COMPILACIÓN DE ESCRITOS

Angel J. Cappelletti

ORIGEN Y NATURALEZA DE LA REGIÓN

Angel J. Cappelletti

Uno de los temas que más ocupan la pluma de Bakunin durante los últimos doce años de su vida es el de Dios y la religión. Indudablemente es uno de los que más lo apasionan. En este terreno resulta útil una vez más comparar su actitud con la de Marx.

Puede definirse simplemente la actitud de Marx, a este respecto, como "ateísmo"; la de Bakunin, como "antiteísmo" o, según el mismo dice, "antiteologismo". En ambos casos, la negación de Dios y de la religión está vinculada a una concepción materialista del hombre y de la historia, pero en cada uno de ellos se inserta de un modo diferente. Para Marx, la religión es una superestructura de la sociedad de clases, que caducará necesariamente al desaparecer ésta, con la realización del comunismo (ni más ni menos que el gobierno y el Estado propiamente dicho). Para Bakunin, constituye, mas bien, una estructura de clases y al Estado en la realidad social, y que actúa y es actuada dialécticamente por ésta última. No niega Bakunin, como materialista, que tal estructura mental haya surgido como reflejo en la mente humana de la sociedad dividida en clases dominantes y dominadas, en gobernantes y gobernados, pero le atribuye gran autonomía y no deja de señalar, como dialéctico, que, a su vez, la sociedad dividida es efecto y reflejo de la religión.

En la práctica, Bakunin cree en la necesidad de una lucha directa contra la religión, aunque no limite la lucha, como habían hecho los jóvenes hegelianos, a la mera crítica teológica. Marx, en cambio, no considera nunca que la lucha antirreligiosa sea un propósito sustancial del movimiento revolucionario: importante es acabar con el capitalismo y con el dominio de la burguesía; un gobierno de la clase obrera será un paso decisivo hacia el fin de la religión; una sociedad sin propiedad privada y sin clases será también una sociedad sin dioses y sin sacerdotes. Dónde más directa y profundamente ataca Marx a la religión es en su Crítica de la filosofía del derecho de Hegel. Allí sostiene que la crítica de la religión, que en Alemania ha llegado ya a su culminación (con Feuerbach, Strauss y la izquierda hegeliana), constituye el punto de partida de cualquier crítica. La religión es, para Marx, qué en esto sigue a Feuerbach y no el propio Bakunin, una proyección fantástica del ser hombre. Dios no es sino una expresión sublimada de la ciencia humana creada por la imaginación. Cuando el hombre se da cuenta de que esto es así desaparece la alienación religiosa. En la citada obra, dice Marx: El hombre que sólo ha encontrado en la realidad fantástica del cielo, donde buscaba un superhombre, el reflejo de sí mismo, no se sentirá inclinado a encontrar solamente la apariencia de sí mismo, no se sentirá el no-hombre, donde lo que busca y debe necesariamente buscar es su verdadera realidad. El fundamento de la crítica religiosa es: el hombre hace la religión; la religión no hace al hombre. Y la religión es, bien entendido, la autoconciencia y autosentimiento del hombre que aún no se ha adquirido a sí mismo y ya ha vuelto a perderse. Sin embargo, Marx va más allá de Feuerbach en su crítica de la religión. Detrás de esta proyección fantástica que genera la noción de Dios y de lo sobrenatural; detrás de esta escisión entre lo terreno y lo divino que se produce en la mente del hombre, encuentra un modo de existencia real alienado y falsificado. La religión no es, en realidad, para Marx, sino la expresión fantástica de una sociedad de clases, es decir de una sociedad dividida y alienada, y, al mismo tiempo, un grito de protesta contra ella. Por un lado consuela al oprimido con la ilusoria bienaventuranza ultraterrena (y en este sentido es el opio del pueblo); por otro, constituye una válvula de escape y una manera que aquél tiene para rebelarse, imaginaria e ineficazmente, sin duda, contra la situación que sufre y contra la sociedad. Es claro, pues, que para acabar con la alienación religiosa es preciso luchar ante todo contra la situación social que la produce, esto es, contra la sociedad de clases y, especialmente, contra la sociedad capitalista y burguesa.

Bakunin opina que hay que abolir la religión junto con la sociedad de clases y el Estado; Marx considera que hay que acabar con la sociedad de clases y que tanto el Estado como la religión caerán entonces por su propio peso, como fruta demasiado madura. He aquí por qué Bakunin es un militante, no sólo anticlerical y antieclesial, sino también antiteísta y por qué Marx es simple y llanamente un "ateo".

Es claro, en todo caso, que la religión es algo más importante (aunque sea negativamente importante) para Bakunin que para Marx. El primero la ve como causa, el segundo como efecto; el primero la considera mortal enfermedad, el segundo sólo síntoma. Una explicación psico-sociológica de esto podría hallarse en el hecho de que Marx creció en un medio famliar cuasi-agnóstico, donde la confesión religiosa era un simple expediente para abrirse camino en el terreno de los negocios y en la administración pública, mientras Bakunin, aunque hijo de un padre relativamente liberal, se vio sometido en su niñez, como todo hijo de familia aristocrática rusa, a una educación fundada en la concepción del mundo del cristianismo ortodoxo la cual incluía una absoluta lealtad al trono y al altar.

Este interés de Bakunin por Dios y la religión ha hecho que algunos comentaristas hablaran de su espíritu religioso y hasta de su misticismo ateo. Ahora bien, si por religiosidad se entiende la búsqueda de lo Absoluto como fundamento del pensamiento y de la vida, es evidente que Bakunin fue siempre profundamente religioso: su interés juvenil por Fichte, Schelling y Hegel nos lo muestra persiguiéndolo en el plano de la especulación filosófica y de la pura teoría metafísica; su apasionada lucha por el paneslavismo democrático y por la federación de los pueblos sometidos a los imperios ruso y austriaco en una gran república socialista nos lo revela buscándolo en el plano de la justicia política y de la regeneración cultural y social; el anarquismo de sus últimos años nos lo enseña, en fin, reclamándolo con todas sus fuerzas y ciclópeo entusiasmo en la construcción de una sociedad sin clases, sin propiedad privada y sin Estado, donde se realice por vez primera en la historia la esencia del hombre como ecuación de libertad y justicia.

Esta búsqueda de lo Absoluto supone, sin embargo, un progresivo alejamiento de la idea tradicional y cristiana de Dios. El primer paso en tal alejamiento -que es por cierto un paso decisivo- lo da Bakunin al adherir al idealismo absoluto de Fichte y Hegel. Aquí, el panteísmo idealista apenas deja su sitio para la simbología del Dios cristiano.

En un segundo momento, el del nacionalismo democrático y socialista, el Dios de Bakunin parece ser el de los socialistas utópicos. En todo caso, aún cuando se refiera a veces a él como persona, tiene más que ver con el espíritu de la humanidad o con la razón y la justicia ideal en la historia que con el Dios creador y redentor del cristianismo ortodoxo. En el tercero y último momento, lo Absoluto, negado y renegado, sigue identificándose con la Naturaleza o con la materia universal, eterna, infinita, sujeto de todo movimiento y matriz de toda diferenciación. Cualquier teísmo es explícito y radicalmente rechazado; inclusive el panteísmo es repudiado formalmente.

Pero, en el fondo, el materialismo de Bakunin, se opone al fenomenismo positivista, comporta, en general, concepción monista e hilozoísta que siempre podrá interpretarse como panteísmo naturalista, pese a las protestas del propio Bakunin (y pese a sus oscilaciones que lo inclinan a veces a un materialismo mecanicista). Sin embargo, la búsqueda de lo Absoluto se manifiesta en Bakunin sobre todo a través de su acción político-social y de su culto por la revolución y la anarquía, es la búsqueda perpetua, total, desinteresada, heroica, de una sociedad justa y humana. Pero la construcción de tal sociedad supone la destrucción de la sociedad existente y de todas las formas culturales y los valores que la sustenten. Convencido de que la pasión por la destrucción es también una pasión creativa, Bakunin propone la lucha a muerte contra la religión, que considera como una de las columnas fundamentales de la actual sociedad. Y de esta manera su anti-teologismo se convierte en la más importante manifestación de su "religiosidad", siempre que por tal se entienda, como hemos dicho, la búsqueda de lo Absoluto.

En el ya mencionado escrito, Consideraciones filosóficas sobre el fantasma divino, sobre el mundo real y sobre el hombre, después de afirmar que no se ha hecho ninguna transformación política y social en el mundo sin que haya sido acompañada y a menudo precedida por un movimiento análogo en las ideas religiosas y filosóficas que dirigen la conciencia tanto de los individuos como de la sociedad, sostiene que los sacerdotes de todas las religiones, exceptuados los de los cultos perseguidos, han sido siempre los aliados de la tiranía, y, en un sentido más general, que la esclavitud intelectual, de cualquier naturaleza que sea, tendrá siempre por corolario la esclavitud política y social. Según Bakunin, el cristianismo constituye, en la época en que él escribe, el obstáculo más formidable a la emancipación de la sociedad. La mejor prueba de este carácter anti- libertario del cristianismo y de todas las religiones consiste, para él, en el hecho de que los gobernantes protegen con un visible interés todas las religiones, siempre que esas religiones enseñen, como por lo demás lo hacen todas, la resignación, la paciencia, la sumisión. Este hecho prueba, a su vez, cuan necesario es, en interés de los pueblos, que sea combatido y derribado el culto religioso. Ello explica su enconada lucha contra Mazzini, en sus últimos años.

He aquí, pues, el programa que Bakunin traza y propone a sus contemporáneos, socialistas y anarquistas: Al lado de la cuestión, a la vez negativa y positiva, de la emancipación y de la organización del trabajo sobre bases de igualdad económica, al lado de la cuestión exclusivamente negativa de la abolición del poder político y de la liquidación del Estado, la destrucción de las ideas y de los cultos religiosos es una de las más urgentes, porque mientras las ideas religiosas no sean radicalmente extirpadas de la imaginación de los pueblos la completa emancipación popular es imposible.

A pesar de que la ciencia y la filosofía han demostrado ya la unidad del universo o del ser real, la mayoría de los hombres siguen creyendo en la existencia de dos mundos distintos: el espiritual o divino y el material o real. Ahora bien Bakunin se plantea a este propósito el siguiente problema: Formando el hombre con la naturaleza universal un solo todo y no siendo más que el producto material de un concurso indefinido de causas materiales, ¿Cómo la idea de esa dualidad, la suposición de la existencia de dos mundos opuestos, uno de ellos espiritual, el otro material, ha podido nacer, establecerse y arraigar tan profundamente en la conciencia humana?

Este problema equivale, en realidad, al problema del origen y la esencia de la religión, y la respuesta que le da Bakunin es la siguiente: La acción y la reacción incesante del todo sobre cada punto, y de cada punto sobre el todo constituyen, he dicho, la ley general suprema, y la realidad misma de ese ser único que llamamos el universo y que es siempre, a la vez, productor y producto. Eternamente activo, omnipotente, fuente y resultante eterna de cuanto es, de cuanto nace, obra, reacciona, después muere en su seno, esa universal solidaridad, esa causalidad mutua, ese proceso eterno de transformaciones, reales, tan universales como infinitamente detalladas, y que se producen en el espacio infinito, la naturaleza, ha formado entre una cantidad infinita de otros mundos, nuestra Tierra, con toda la escala de sus seres, desde los más simples elementos químicos, desde las primeras formaciones de la materia con sus propiedades mecánicas y físicas, hasta el hombre. Los reproduce siempre, los desarrolla, los nutre, los conserva; después, cuando llega a su término, y a menudo antes de que llegue, los destruye o, más bien, los transforma en nuevos seres, y entre los seres vivientes no hay uno solo que no lleve en sí sin duda más o menos desarrollado, el sentimiento, la sensación de esa influencia suprema y de esa dependencia absoluta. Esa sensación y ese sentimiento son lo que constituye el fondo de toda religión. Parece coincidir así Bakunin con Schleiermacher, al que no cita pero sin duda conoce, en considerar que la esencia de la religión está constituida por un sentimiento de absoluta dependencia frente al Infinito (Abhángigkeitsgefuhl). Dice, en efecto, Schleiermacher en su obra Uber die Religion Reden an die Gebildeten unter hren Verächter: La religión es el sentimiento y la experiencia de lo infinito. Y tal sentimiento y experiencia son de absoluta dependencia. La religión no es ya un conocimiento limitado de lo Absoluto que ha de ceder paso al saber absoluto (que es la filosofía tal como la concebía Hegel); ni consiste esencialmente en una disposición de la voluntad, es decir, en una actitud moral como la entendía Kant. Con el anti-kantiano Jacobi opina Schleiermacher que su esencia es el sentimiento. Más aún, según él, puede haber religión sin Dios ya que Dios es sólo una parte de la religión y el universo es para ella más que Dios mismo.

Bakunin le da, sin embargo, a esta teoría de la religión un alcance naturalista y biológico y no deja de reconocer en ella un momento cognoscitivo, aunque posterior, según cabe advertir en los siguientes párrafos: La religión, como se ve, como todas las cosas humanas, tiene su primera fuente en la vida animal. Es imposible decir que ningún animal, exceptuando el hombre, tenga una religión determinada porque la religión más grosera supone siempre un grado de reflexión al que ningún animal, fuera del hombre, se elevó aún. Pero es imposible también negar que en la existencia de todos los animales, sin exceptuar uno, se encuentran todos los elementos, por decirlo así, materiales e instintivos, constitutivos de la religión, menos, sin duda, su parte puramente ideal, la que debe destruirla tarde o temprano, el pensamiento. En realidad, Bakunin está siguiendo aquí de cerca La esencia del cristianismo de Feuerbach: En efecto ¿cuál es la esencia real de toda religión? Es precisamente ese sentimiento de absoluta dependencia del individuo pasajero ante la eterna y omnipotente naturaleza.

Bakunin cree que es fácil observar las manifestaciones de este sentimiento entre los animales inferiores. Bajo su influencia se forma en todos el instinto de conservación. Pero en los animales superiores, que más se acercan al hombre por su organización, se manifiesta, sobre todo, en el miedo pánico que se apodera de ellos frente a ciertos fenómenos naturales (terremotos, tempestades, bestias feroces, etc.). El miedo domina la vida animal y por eso todos los animales que viven en libertad son feroces: viven en un miedo incesante y penetrados siempre por un sentimiento de peligro, lo cual equivale a decir que viven bajo una influencia omnipotente que los rodea y envuelve por doquier. Este temor es el inicio de la religión. Aquí Bakunin habla el mismo lenguaje que la Historia natural de la religión de Hume. En los animales el miedo no llega a religión porque carecen de la capacidad de convertir ese sentimiento, por medio de la reflexión, en una noción abstracta. Pero es verdad que el hombre es religioso por naturaleza, ya que él es como todos los animales, y además tiene la conciencia de su religión. La diferencia entre Bakunin y Marx es aquí patente: mientras éste vincula el nacimiento de la religión con una situación histórico-social, aquél la relaciona con una condición biológica. Y en este sentido la religión es, para Bakunin, algo mucho más sustancial y permanente que para Marx. La religión constituye, para Bakunin, el primer despertar de la razón, aunque bajo la forma de la sinrazón. Sigue así casi literalmente la Introducción de La esencia del cristianismo (2º párrafo de Feuerbach): Al despertar el hombre a la autoconciencia y al salir de la vida animal, caracterizada por el temor al mundo externo que lo crea y lo destruye, su reflexión tuvo por objeto ese temor dominante que en él era posiblemente más poderoso que en los demás animales, ya porque estaba más indefenso que todos ellos frente a la naturaleza, ya porque la misma reflexión, apenas nacida, tuvo que arrancarlo de su armonía con el resto de los seres de la naturaleza. Esta primera reflexión lo aisló del mundo exterior, el cual, volviéndose para él extraño, se le presentó, a través del prisma de su infantil imaginación, cual un poder sombrío y misterioso, mucho más terrible de lo que en realidad es.

Aunque las imágenes religiosas de los distintos grupos humanos debieron variar bastante, de acuerdo con las circunstancias geográficas, el clima, la raza, etc., todas tuvieron sin duda algo en común, puesto que todas provenían de la mente de una única especie, dotada de un mismo poder de reflexionar, de abstraer, de razonar. Por eso, cabe suponer que las principales etapas de la evolución religiosa de un pueblo se reproducen esencialmente en los demás.

Basándose en los relatos de los viajeros que desde el siglo XVIII recorrieron las islas de Oceanía y en los de aquellos que en el siglo XIX exploraron África, conjetura Bakunin que el fetichismo debe ser la primera religión, la de todos los pueblos salvajes que se han alejado poco del estado natural.

Ahora bien, de acuerdo con la teoría antes expuesta (de raigambre humana y aun de más remota ascendencia, puesto que ya Lucrecio la defendía, y Petronio decía que timor omnes fecit deos (el temor de los hombres hizo a los dioses), el fetichismo no es otra cosa que la religión del miedo.

Según Bakunin, es la primera expresión humana de esa sensación de dependencia absoluta, mezclada con temor instintivo, que encontramos en el fondo de toda vida animal y que, como lo hice observar ya, constituye el lazo religioso de los individuos que pertenecen a las especies más inferiores con la omnipotencia de la naturaleza. En todos los animales, en efecto, los grandes fenómenos de la naturaleza (salida y puesta del sol, sucesión de las estaciones, catástrofes naturales, etc.) ejercen una profunda influencia, que puede en cierta manera considerarse como un culto, manifestado en una especie de adoración de la naturaleza, mezcla de temor y de alegría, de esperanza y de inquietud -la alegría de vivir y el temor de dejar de vivir- que, como sentimiento, se parece mucho a la religión humana. Lo único que distingue dicho culto animal de la religión de los hombres es, según nuestro pensador, el grado de reflexión y, sobre todo, la capacidad de fijarla como un pensamiento abstracto y de generalizarla al nombrarla.

Para explicar este dicho Bakunin se ve en la necesidad de exponer, aunque sea sumariamente, su concepción del conocimiento y del lenguaje. Según él, la palabra humana presenta esta particularidad: es incapaz de nombrar las cosas reales, esto es, las cosa singulares y concretas que afectan directamente nuestros sentidos; sólo puede expresar su generalidad abstracta. Pero como palabra y pensamiento son dos formas distintas pero inseparables de un sólo e idéntico acto de reflexión, la palabra, al capturar el objeto de temor y de adoración en los animales y al apresar y fijar el objeto del primer culto del hombre, lo generaliza, lo universaliza, lo convierte en algo abstracto, ya que designar mediante un nombre equivale a abstraer y universalizar. De esta manera, empieza a existir el mundo específicamente humano de las abstracciones. Ahora bien, tal capacidad de abstracción, que constituye la fuente de todas nuestras ideas y todos nuestros conocimientos propiamente dichos, viene a ser la única causa de todas nuestras liberaciones.

Sin embargo, el surgimiento de dicha capacidad abstractiva no produce enseguida en el hombre la libertad. Al comenzar ésta su formación, separándose paulatinamente del instinto se revela primero como reflexión imaginativa que no tiene conciencia aún de su actividad y que, por eso mismo, considera siempre sus propios productos como seres reales, atribuyéndoles una existencia en sí. De tal modo, dicha reflexión imaginativa llena el universo de fantasmas que le parecen más poderosos y terribles que cualquiera de los seres reales. Y así, no libera al hombre de la servidumbre natural sino para someterlo a una más terrible servidumbre, que es la de la religión.

La reflexión imaginativa del hombre convierte la actitud espontánea de adoración, que se encuentra ya entre los animales, en una verdadera religión, bajo la forma le fetichismo.

Es preciso hacer notar que Bakunin usa esta palabra ("fetichismo") en un sentido más restringido que el mismo Comte, que también la mira como la manifestación religiosa más elemental. Comte considera que lo esencial del fetichismo consiste en que interpreta el mundo en términos de actividad humana, estableciendo en el universo una unidad básica (tal como lo hace precisamente el positivismo). Para Bakunin el término "fetichismo", que hoy algunos antropólogos como Geoffrey Parrinder consideran altamente ambiguo, comprende sólo el culto que profesan muchos pueblos primitivos a determinados objetos (fetiches) dotados de una fuerza mágica (orenda, manas), los cuales pueden otorgar ciertos bienes (salud, fertilidad animal, buena caza, etc.) y librar de ciertos males (enfermedad, catástrofes, hambre, etc.). Interpreta, en cambio, como propio de la religiosidad instintiva o animal la simple adoración de objetos y fenómenos de la naturaleza (sol, luna, rayos, etc.), que Max Müller considerará como el substratum de toda religión posterior, pero también como la primera manifestación de la religión en el hombre.

¿Cómo explicar -se pregunta Bakunin- el transito de una “religiosidad” natural frente a los fenómenos de la naturaleza, que tanto influyen en toda la vida, hacia una religiosidad, que tan anómala y extravagante como el fetichismo, parece presentarnos al hombre como muy inferior a los animales? Este absurdo -contesta- es precisamente el producto de la reflexión imaginativa del hombre salvaje, el cual no sólo percibe, como los demás animales, sino que la convierte en objeto de su reflexión, la generaliza y la fija asignándole un nombre, la constituye en el centro de sus fantasías infantiles: Incapaz aún de abarcar con su propio pensamiento el universo, ni siquiera el globo terrestre, ni siquiera el ambiente tan restringido, en cuyo seno nació y vive, busca por todas partes preguntándose dónde reside esa omnipotencia cuyo sentimiento, luego reflexivo y fijado, le obsesiona, y por un juego, por una aberración de su fantasía ignorante que nos sería difícil explicar hoy, la asocia a este trozo de madera, a ese trapo, a esa piedra. Este es el puro fetichismo, la más religiosa, es decir, la más absurda de las religiones.

La segunda etapa de la religión propiamente dicha, es decir humana, es para Bakunin lo que él denomina el culto de los brujos, que equivale a lo que, en términos muy generales, llamaríamos hoy “animismo". Pero este animismo comprende, en su clasificación, tanto el politeísmo como el monoteísmo y abarca todas las grandes religiones bíblicas. La diferencia entre estas religiones y la brujería primitiva es que en aquéllas la representación de la divinidad es mucho más compleja ya que ha sido enriquecida por varios millares de años de extravagancia humana.

Por otra parte, en la brujería primitiva la divinidad es inseparable aún de la persona, del brujo. Poco a poco, sin embargo, esta idea del hombre-Dios resulta insostenible ante la experiencia y la razón. El brujo se convierte entonces en un ser que ocasionalmente sirve de habitáculo y de portavoz a la divinidad (cuándo está poseído). Una vez superado así el fetichismo con su idea del Dios-cosa, y el animismo con su noción del Dios-hombre, la divinidad es buscada más lejos, pero siempre en los seres reales (bosques, ríos, sol, luna, etc.).

El pensamiento religioso comienza y abarca el universo. Después de muchos siglos, el hombre con su razón fortalecida y con un cúmulo de experiencias de la naturaleza, al observar la aparición regular de muchos fenómenos en ella, llega a la idea de las leyes naturales. Se preocupa por el conjunto de los fenómenos y por sus causas y, al mismo tiempo, empieza a autoconocerse. Mediante su capacidad abstractiva, que le permite ponerse como objeto de su propio pensamiento, separa su ser exterior de su ser interno y su cuerpo de su alma. Carente todavía de conocimientos científicos (biológicos, antropológicos, etc.), queda deslumbrado por el conocimiento de su propio espíritu e imagina enseguida que ese producto de su cuerpo es, por el contrario, el productor del mismo. Generalizando esta distinción y proyectándola hacia el plano cósmico, encuentra que el mundo tiene también un cuerpo y un alma, que es Dios. Este es, para Bakunin, el origen del panteísmo hindú.

Tal inferencia no deja de ser extraña, puesto que pone al dualismo antropológico, por lo demás presente ya con toda claridad en él animismo y la brujería, como fundamento del más estricto monismo cosmológico y metafísico.

Con esto nos elevamos de todas maneras, según nuestro autor, hasta la idea de un Dios-universo, lo cual constituye una pura abstracción. Hasta ese momento todos los dioses habían sido particulares, pero realmente existentes; desde entonces se tiene una divinidad universal que es el ser de los seres, el alma universal, el Gran Todo. No discute, sin duda Bakunin, el concepto mismo de lo abstracto y lo concreto, ni tiene en cuenta que, para muchos monistas y panteístas, lo único realmente individual y concreto es precisamente el Todo. Su sensismo y su empirismo lo fuerzan a dar por supuesto que lo concreto es lo que se puede ver, oír y tocar, lo que ocupa un determinado lugar en el tiempo y en el espacio.

Las citas de Bakunin que aparecen en este capítulo han sido tomadas del tomo 3 de sus Obras Completas, p. 231 sgs.

Angel J. Cappelletti

Bakunin y el socialismo libertario

UNIVERSIDAD Y AUTOGESTIÓN

Ángel J. Cappelletti

La Reforma Universitaria: Un Hito Precursor

Iniciada en Córdoba (Argentina) en 1918, la Reforma tuvo honda repercusión en las universidades argentinas y latinoamericanas. Medio siglo mas tarde, algunos de sus postulados programáticos serán asumidos por los estudiantes franceses, en el celebre mayo de 1968. A la estructura feudal de la universidad, con sus rectores-reyes y sus catedráticos-marqueses, sustituyo una organización democrática, donde los cargos eran electivos y las cátedras se proveían por concurso, donde los estudiantes estaban representados en los consejos y el claustro. A la mera clase magistral, que solía comentar un texto a veces milenario dogmática y repetitivamente, sustituyo el predominio del seminario y del laboratorio. Cuestiono los exámenes, el sistema de calificaciones, la asistencia obligatoria a clases, etc. Introdujo en los pensa nuevas asignaturas, creo nuevas carreras y nuevas escuelas y facultades. La Reforma represento, en una palabra, un intento por lograr en el ámbito académico la vigencia de una Constitución democrática que el país mismo no tenia. Así lo entendían muchos de sus principales ideólogos, como Gabriel Del Mazo por ejemplo.

Hubo, sin embargo, unos pocos que querían ir más allá y veían en la Reforma Universitaria un instrumento para la Revolución Social. Entre ellos estaba el anarquista Juan Lazarte, el primero que trato de establecer vínculos permanentes (y no meramente retóricos, sino encaminados a la acción solidaria y común) entre los grupos estudiantiles reformistas y los sindicatos obreros (mayoritariamente anarquistas en la Argentina de la época). Para Lazarte, la universidad argentina y latinoamericana debía transformarse en un gran taller de la ciencia, donde estudiantes y profesores se consagraran a la investigación y crearan nuevos conocimientos. Esta comunidad de trabajo intelectual debía regirse a si misma y tomar todas las decisiones, tanto académicas como administrativas, con plena autonomía e independientemente del Estado y la burocracia. Esbozaba así, aun sin llamarla con este nombre, la autogestión universitaria.

Definición y Antecedentes Históricos

Un comité de acción obrero-estudiantil de la Universidad de La Sorbona, en Paris, definió la autogestión con estas palabras: "La autogestión como sistema económico y social tiene por objeto realizar plenamente la participación libre en la producción y el consumo mediante la responsabilidad individual y colectiva. Es por tanto un sistema creado ante todo para el hombre, para servirlo y no para oprimirlo. En la práctica, la autogestión consiste para los obreros en hacer funcionar sus fábricas por y para ellos mismos y, por consiguiente, en suprimir la jerarquía de los salarios, así como las nociones de sistema asalariado y predominio patronal. A ellos corresponde la tarea de constituir los consejos obreros elegidos por ellos y que ejecutan las decisiones de todos. Análogamente, para los maestros y estudiantes de una universidad, la autogestión tendrá por objeto realizar plenamente la libre participación en la producción del conocimiento y en el consumo de la ciencia y de la cultura, mediante la responsabilidad individual y colectiva".

Conviene recordar que la universidad, nacida en el seno de la ciudad medieval, fue originariamente un gremio y no significo otra cosa mas que "el conjunto de todos los maestros y estudiantes" de una ciudad. Este gremio se proponía "la búsqueda de la verdad" y su tarea consistía en producir y reproducir la ciencia, así como la del gremio de zapateros era la de producir zapatos. El gremio tenia una estructura no jerárquica, ya que el maestro no lucraba con el trabajo común, ni se aprovechaba de él, más que los aprendices, y, por otra parte, toda la enseñanza estaba encaminada a igualar, inclusive en el saber, a los aprendices con el maestro. Y esto sucedía igualmente en la universidad, la cual en sus orígenes no dependía del monarca o del señor feudal, ni tampoco directamente de la autoridad eclesiástica y del papado, aunque pronto reyes y pontífices trataron de dominarla y utilizarla para sus propios fines. La universidad originaria presenta así una imagen arquetípica de la universidad autogestionaria, a la que se debe aspirar para el futuro.

Para Construir una Utopía Concreta

Aunque no es fácil ni pertinente ofrecer recetas para edificarla, conviene explicar en que consistiría y cuales deberían ser sus principales características:

1. La universidad autogestionaria debe ser autónoma, es decir independiente del poder político y del Estado, cualquiera que sea. Pero debe ser igualmente independiente del poder económico y en ningún caso puede ser concebida como una empresa ni financiada por el capital privado. Es evidente que no puede ser órgano pedagógico de una iglesia u organización religiosa, ni aceptar un credo o profesión de fe, un libro sagrado, una autoridad que defina la verdad dogmática y moral.

2. La universidad autogestionaria debe ser gratuita y abierta a todos por igual.

3. La universidad autogestionaria debe estar regida por la comunidad de los profesores y los estudiantes y no puede admitir ninguna intervención exterior, ya provenga del Estado mismo, ya de las fuerzas de presión, ya de los partidos políticos. Para ello es preciso que genere órganos capaces de neutralizar esa intervención foránea y que produzca inclusive lo que podríamos llamar "anti-lideres".

4. La universidad autogestionaria se constituye en un centro de contestación permanente de la sociedad global, pero, ante todo, de si misma. Estudiantes y maestros critican de un modo continuo, madura y responsablemente, tanto la forma como el contenido de la investigación y del proceso enseñanza-aprendizaje.

5. La universidad autogestionaria se basa en una estrecha vinculación de la tarea investigativa con la docente. Mas aun, puede decirse puede decirse que tiende a identificar la docencia con la investigación, partiendo del supuesto de que el momento esencial en la formación del estudiante es buscar la verdad y crear saber más que recibir conocimientos pasivamente.

6. Como consecuencia de todo ello, la universidad autogestionaria suprime exámenes, calificaciones, premios y castigos académicos, etc., reflejo y fruto de la competencia capitalista y de la lucha a muerte por el dinero, y promueve entre los estudiantes el sentido de la aventura, la fascinación del descubrimiento, la sed del saber por el saber mismo y el gozo de la creación. Los exámenes son sustituidos por la evaluación que el grupo hace de si mismo y por la mutua evaluación de sus componentes.