ESTADO, GUERRA Y ANARQUÍA: IDEOLOGÍA DE LA GUERRA Y NECESIDAD DE LA PAZ

Enrico Voccia

Enrico Voccia: Director de la revista Porta di Massa, laboratorio autogestionado de filosofía.

El movimiento que tiene como referencia al comunismo anarquista ha sido, históricamente, el más decidido opositor a la guerra; en todos y en cada uno de los conflictos militares entre los Estados, desde el siglo XIX, el movimiento anarquista ha sido su más decidido opositor. Una oposición que ha sido uno de sus caracteres constitutivos, hasta el punto de llegar a " hacer el vacío", por usar un eufemismo, a Kropotkin, su exponente más conocido cuando en la Primera Guerra Mundial propuso una derogación contingente del antimilitarismo radical del movimiento. Esta actitud de oposición intransigente a la guerra de los Estados destaca mucho más si recordamos cuál fue la actitud del socialismo de matriz marxista, de sus componentes mayoritarios, antes o después, asumiendo posiciones de apoyo a una u otra guerra, incluso si éstas eran promovidas por gobiernos plenamente burgueses. Incluso los movimientos pacifistas no son completamente ajenos a estas dinámicas. El hecho más clamoroso, pero no el único, actualmente son los gandíanos del Partito Radicale que, en los últimos quince años, son los más coherentes e inquebrantables partidarios de las guerras imperialistas de los Estados con democracia liberal. Estos movimientos no anarquistas teorizan explícitamente el control de los conflictos de esta manera. El papel que, con respecto a éstos, atribuyen a la forma-Estado es, desde diferentes puntos de vista y objetivos, claramente el de mediador y arbitro de los conflictos, con el objetivo explícito de llegar a evitarlos del todo. El anarquismo, en cambio, se caracteriza ideológicamente por su decidida voluntad de no querer ninguna mediación política entre los individuos, ni siquiera en caso de conflicto. Para resolver esta aparente paradoja hay que analizar cuidadosamente el concepto de mecanismo ideológico de poder.

LOS MECANISMOS IDEOLOGICOS DEL DOMINIO

La "ideología", en el uso corriente de la lengua italiana, remite a cualquier conjunto de ideas en el campo de la política, más o menos coherente y/o compartible, haciéndose así cercano al sinónimo de "opinión política". La tradición filosófica nos ofrece un notable y poderoso instrumento para distinguir entre las diferentes opiniones políticas, algunas de ellas, se destacan más netamente de todas las otras en cuánto gozan de características particulares, que las distinguen de un genérico conjunto de opiniones en torno a la conducción de la vida humana asociada. En la concepción común, por "ideología" se entiende generalmente un sistema de valores sociales, culturales, religiosos, económicos, etc., unida a un conjunto de estrategias encaminadas a la realización concreta, integral o parcial, de un sistema de valores en la sociedad. Por "ideología", la tradición filosófica -a partir de la llamada "izquierda hegeliana"- entendió determinados y singulares mecanismos mentales, políticos y sociales que poseen algunas características del todo específicas.

El sistema de ideas en cuestión se propone realizar objetivos muy altos y deseables, generalmente, para la humanidad en su conjunto o, al menos, para una parte muy amplia de ella.

Traducido a una praxis política social, los objetivos previstos por el mecanismo ideológico no son alcanzados y, en su lugar, se obtienen resultados absolutamente contraproducentes respecto a la satisfacción de las necesidades y los deseos de la mayor parte de las personas y, además normalmente, corresponden perfectamente a las de la única minoría dominante.

Paradójicamente, precisamente en virtud de los escandalosos fallos de este sistema de ideas, estas mismas ideas pueden continuar estando marcadas por una significativa luz positivista. La ideología logra reconducir "ideológicamente" su fallo con respecto a los objetivos perseguidos, pero no en base a su concreta praxis político-social sino a una "mala aplicación" de esta última.

En virtud de esta característica, este particular sistema de ideas permanece ampliamente en la mente y en los comportamientos de las clases dominadas y es de difícil extirpación, produciendo continuamente sus propios efectos de subordinación sobre las clases sojuzgadas, que son víctimas de una especie de coacción que se repite una y otra vez, aparentemente ajena a los continuos fallos repetidos y los relativos males que ocasiona la ideología.1

Una ideología es por lo tanto un ejemplo clásico de simulación involuntaria, que se distingue del fraude precisamente por su carácter inconsciente. En el caso de que quisiéramos estafar a una persona vendiéndole, por ejemplo, una vídeo cámara falsa, nosotros seríamos perfectamente conscientes del engaño y, por lo tanto nunca adquiriríamos este objeto. Si, por el contrario, fuésemos presa de un típico mecanismo ideológico, no solamente trataremos de "venderlo" a otros, propagándolo, sino que lo haremos ante todo nuestro, "adquiriéndolo" en primera persona y pagando un precio relativo. Por este motivo la ideología tiene una mayor potencia de propagación de tipo vírico respecto a una estafa banal, mientras el estafador goza escandalosamente de las ventajas de su acción, dirigida a hacernos mal, el ideólogo bastante a menudo no recibe ninguna ganancia de su adhesión conductual al mecanismo ideológico, más bien comparte con los otros sus males. Por lo que, es raro que el estafador engañe dos veces seguidas a la misma persona. El ideólogo se nos presenta, en perfecta buena fe y, denunciando el fracaso de los objetivos debido a causas externas a la misma ideología, puede continuar propagando el mecanismo, proyectando potencialmente hasta el infinito los males.

Obviamente hay quién, perteneciendo a las clases dominantes, recibe notables ventajas de la praxis social provocada por la ideología y, en consecuencia, también él se hace propagandista. A pesar de las apariencias, sin embargo, su papel en el nacimiento, supervivencia y difusión en la "ecología de las ideas" del mecanismo ideológico es secundario. Ellos aparecen, a los ojos de las masas más como un estafador consciente que otros, siendo etiquetado, en el interior mismo del mecanismo ideológico, como una especie de aprovechado de la idea, un "profanador" de la misma. Si pensamos, solo para dar un ejemplo, en la imagen que los simples fieles y el bajo clero de todas las religiones, tienen de la relación de sus altas jerarquías con la religión en cuanto tal. Esta no es vivida como el fundamento ideológico de los privilegios gozados por sus superiores, sino como la "fuente pura" que estos, con su comportamiento y su posición en la jerarquía social, profanan y que hay que reconstituir en su pureza originaria. Lo mismo puede decirse, sustancialmente, de la relación entre la base/ vértice en los movimientos político-sociales organizados jerárquicamente.

El análisis de estos mecanismos, decíamos, es típico de los pensadores vinculados a la llamada "izquierda hegeliana", en primer lugar Stirner y Marx. El término "ideología" usado en esta particular acepción es típica de este último, que lo utiliza en el contexto del análisis de la interacción entre las estructuras de las formas de producción y las superestructuras políticas, religiosas, culturales, etc. -Interacción que puede producir el fenómeno de la "falsa conciencia". El análisis stirneriano, de carácter más general y no limitado únicamente a la dialéctica estructura/superestructura, se refiere semánticamente al universo de la enfermedad mental (el término usado por el pensador anarquista es de "ideas fijas" o, si se quiere, "fijación"), a diferencia del concepto de enmascaramiento implícito en el término alemán Ideenkieid ("ropaje") usado a veces por Marx. A diferencia de la concepción marxista, el análisis stirneriano sin embargo es bastante menos conocido y aquí trataré de desarrollarlo.

EL MECANISMO IDEOLOGICO DE LAS IDEAS FIJAS

La reflexión stirneriana no está dirigida a poner en evidencia el hecho banal de que algunos hombres puedan engañar conscientemente a otros hombres a través de la utilización de una dialéctica particular. El mecanismo lingüístico- ideológico que se analiza, en cambio, es del todo inconsciente hasta tal punto, que los personajes que reciben evidentes ventajas de su funcionamiento y a los que así mismo de manera evidente salen con desventaja pueden estar aunados por la "fe" en él. Torquemada y su víctima pueden creer, a la vez, de buena fe en la validez del cristianismo; antes bien el poder del torturador se basa precisamente en el hecho de que exista tal reparto. De esta manera el poder obtenido, de hecho, de una parte de la sociedad contra la mayoría de los hombres es un resultado del proceso, no su finalidad conscientemente perseguida. Este mecanismo, auténtico fundamento de la "sociedad jerárquica", tiene mucho que ver para Stirner con la lógica de la locura, tanto es así que el término que utiliza él para definirlo, es fijación.

¿A qué llamamos "idea fija"? Una idea que ha sojuzgado al hombre. Si reconocéis que tal idea fija es síntoma de demencia, encerrareis en un manicomio a quien es esclavo de ésta idea. Y tal vez la verdadera fe de la que no se puede dudar, la majestad del pueblo, por ejemplo, contra la cual no se puede atentar (y quién lo hace es reo de lesa majestad), la virtud contra la cual el censor no puede permitir ni una palabra en su contra, a fin de que la moralidad se mantenga pura, etc., ¿no son todo "ideas fijas"? (...) Un pobre loco del manicomio está convencido, en su delirio, de ser Dios Padre o el emperador del Japón o el Espíritu Santo, etc.; un honesto burgués está convencido de estar llamado a ser un buen cristiano, un protestante creyente, un ciudadano fiel, un hombre virtuoso, etc. Tanto en un caso como en el otro se trata exactamente de la misma cosa, de una "idea fija". Quién no ha intentado nunca u osado con no ser un buen cristiano, un protestante creyente, un hombre virtuoso, etc., es un esclavo y un demonio de la fe, de la virtud, etc. I.os escolásticos filosofaban únicamente desde el interior de los dogmas de la Iglesia: el Papa Renedetto XIV escribió intrincadas obras haciéndolo siempre desde el interior de las supersticiones papistas, sin ponerlas nunca en duda. De la misma forma hay escritores que llenan gruesos folios sobre el Estado, sin poner nunca en cuestión la misma idea fija del Estado y en el que nuestros periódicos rezuman política, porque están fijados en la idea de que el hombre está hecho para hacerse un zóon politikon; y así los subditos vegetan en la sujeción, los virtuosos en la virtud, los liberales en la "humanidad", etc. Sin tratar de probar nunca en sus ideas fijas el cuchillo cortante de la crítica. Y así los pensadores se obstinan inamovibles como la manía de un loco. Quien les hace dudar, hace un acto sacrílego. He aquí lo que realmente es sagrado, la idea fija.2

El mecanismo que Stirner describe está fundado sustancialmente en un mecanismo de despotencialización de la voluntad política de las clases subalternas. El texto stirneriano, empieza en los hechos, precisamente con la constatación de que las clases superiores -"por cuya causa nosotros tenemos que trabajar, sacrificarnos y entusiasmarnos"3- poseen la capacidad política de hacer pasar sus propios intereses privados por intereses públicos. Las religiones de todos los tiempos, comprendida la, actual "religión del Hombre"4, son interpretadas por Stirner como puros mecanismos ideológicos. Las clases superiores no afirman para nada el que quieran llevar por delante sus propios intereses privados y subordinar a éstos los intereses de los otros, como en primer lugar los intereses de los que no tienen poder. Ellos afirman, por el contrario, que quieren llevar adelante objetivos, para éstos últimos, psicológicamente y/o socialmente necesitados, al menos en apariencia. Estos objetivos son ampliamente abanderados y utilizados como aglutinante social, mecanismo ideológico que unifica los deseos de todos los estratos de la sociedad. El siervo y el patrón tienen igual interés en salvar su alma, en captar la benevolencia de la divinidad sobre la sociedad en su complejidad, en mostrarse poderoso hacia los enemigos externos, en combatir el paro... Las clases dominantes, se hacen entonces, benignamente cargo de la tarea de llevar hasta su final estos objetivos, "sacrificándose" por ellos. Por pura casualidad, sin embargo, las estrategias encaminadas a conseguir tales objetivos "colectivos" coinciden extrañamente con los intereses privados de los poderosos. ¿Cómo es posible que las clases subalternas caigan desde hace milenios en parecido engaño, aparentemente tan fácil de desenmascarar? Esto sucede porque los intereses privados de las clases subalternas son acusados de egoístas, de querer sabotear de manera torticera el "bien público". Las clases subalternas son educadas para tener vergüenza de sí mismas, de sus propios deseos, de su misma vida; cualquier acción no subordinada a los intereses de las clases dominantes es tachada como "asocial". "Dominada por vulgares intereses privados" y señalada para escarnio público. La petición de un pequeño aumento salarial por parte de los trabajadores es negada por contraria a los intereses de la sociedad, al desarrollo de la economía, a la creación de nuevos puestos de trabajo, etc. Mientras el enriquecimiento de los grandes propietarios y los burócratas estatales se hace aparecer como un medio para conseguir el "bienestar público".

Así sucede que las mismas clases subalternas educadas, participen en la represión de algunos de sus componentes que quieren conscientemente o porque han llegado a la desesperación, dar libre desahogo a su egoísmo. Ellas creen ante todo, que la consecución de los "intereses públicos" comporta su subalterneidad. "Las cosas van mal porque hasta ahora hemos vivido por encima de nuestras posibilidades". Tal forma de pensar, implícitamente autodenigrante, necesariamente tiene como corolario, que los intereses de la nación pueden ser realizados únicamente a través del enriquecimiento de quien ya es rico. Y al mismo tiempo el empobrecimiento ulterior de quien ya es pobre. Los pobres, los que no tienen poder, son así engañados en el mecanismo inútil y más bien contraproducente de la denuncia moral. En vez de perseguir coherentemente y sin descanso sus propios intereses privados, se limitan únicamente a acusar a los poderosos de "maldad", de "inmoralidad", en suma de egoísmo. Pero condenando la praxis del egoísmo éstos no hacen más que interiorizar cada vez más el mecanismo que los ha debilitado políticamente, llevándolos a renegar de sus propios intereses, a avergonzarse de sí mismos y a creer que -si no en la acción del individuo poderoso- los intereses privados de las clases dominantes coinciden con el "interés general de la sociedad".

Según la burguesía cada uno es poseedor o propietario. ¿Pero, entonces, cómo es que nunca la mayoría, no tienen prácticamente nada? Depende del hecho de que la mayoría están contentos ya únicamente con el hecho de ser poseedores, incluso si lo que poseen no son más que sus harapos (...).5

Puesto que en la sociedad se manifiestan las peores necesidades, sobre todo en los oprimidos, es decir los que pertenecen a las clases inferiores, piensan que pueden encontrar la culpa en la misma sociedad y se plantean la tarea de descubrir la sociedad justa. Es el viejo fenómeno por el que se busca la-culpa en todos los otros antes que en sí mismos. Por lo tanto se busca en el Estado, en el egoísmo de los ricos, etc., que por el contrario deben su existencia precisamente a nuestra culpa6.

(...) os repetís siempre de manera mecánica, a vosotros mismos, la pregunta que sinceramente os habéis planteado. "¿Qué vocación tengo? ¿Qué quiero hacer?" Basta que os planteéis éstas preguntas y os haréis decir y ordenar lo que tenéis que hacer, os haréis prescribir vuestra vocación (...)7.

Esto, según Stirner, es el mecanismo ideológico con el que las clases subalternas son debilitadas políticamente y dirigidas hacia un camino sin salida. Creyendo alcanzar sus intereses, en realidad persiguen a fantasmas sin existencia objetiva: la voluntad de Dios, la esencia del Hombre, el bien público, la justicia, el altruismo, etc. Haciéndolo así favorecen de forma paradójica el interés de las clases dominantes.

El bien común puede exaltarse mientras yo tengo que inclinar la cabeza, el Estado puede prosperar de la manera más espléndida mientras yo paso hambre8.

EL CONSENSO COMO FUNDAMENTO DEL ESTADO

El poder político, el Estado, es por lo tanto en el análisis de Stirner exactamente lo contrario de una función pública. Vale la pena especificar que la gestión privada de las funciones de gobierno es un momento estructural del poder político y no un dato histórico contingente, una especie de usurpación en vista de sus objetivos privados, que hacen algunos hombres de las que deberían ser las instituciones dedicadas al cuidado de los intereses colectivos. Este último razonamiento de Stirner lo señala como una cesión a la retórica del "tiene que ser". Los hombres de Estado tendrían que dejar de lado sus intereses particulares, y tendrían que dedicarse a los intereses públicos. De forma que cada individuo tiene intereses diferentes de todos los otros, o de los "intereses generales de la sociedad" y, cosas similares se han demostrado nada más que como mecanismos ideológicos para llevar adelante a los más determinados intereses privados. Desde el momento, entonces, en el que existen única y exclusivamente intereses privados, el Estado en el análisis stirneriano no es más que lo privado en su sentido más alto, precisamente tan fuerte porque logra convencer al resto de la sociedad de que la persecución de sus objetivos privados coincide con el "bien público".9

Todos los tipos de gobierno parten del principio de que todo el derecho y todo el poder pertenece al pueblo formado en su conjunto. Ninguno de ellos, en efecto, deja de reclamarse en la colectividad y el déspota actúa y manda "en nombre del pueblo" exactamente como el presidente o cualquier aristocracia10.

El fundamento de la potencia del Estado es, por lo tanto, el paradójico consenso que se establece en su política -en primer lugar sobre la "necesidad" de su existencia- que estos logran arrebatar a la sociedad entera, sobre todo a las clases inferiores que sufren duramente sus efectos negativos.

El obrero estaría realmente mucho mejor si el patrón, con sus leyes, sus instituciones, etc, -cosas que después el obrero tiene que pagar- no existiesen para nada. Pero a pesar de esto el pobre diablo aspira a lo mismo que su patrón11.

Como en las quinientas tesis de La Boétie12, también para Stirner, el auténtico fundamento de la tiranía -que para él coincide tout court con el Estado- los más importantes, no son los aparatos militares y burocráticos sino el consenso que estos logran arrancar a los dominados. Sin la educación de los subditos a esa forma paradójica de consenso que él llama fijación, "creencia en los fantasmas", "ideas fijas", del poder político quedaría muy poco en pie.

EL EGOÍSMO COMO FUNDAMENTO DE LA IGUALDAD REAL Y DEL RECHAZO DEL CONSENSO

Si las clases dominantes hacen hincapié en el egoísmo de los demás -las clases dominantes tratan de convencer de que sus intereses coinciden con los del poder- es evidente para Stirner que el egoísmo es el único aliciente de la acción humana. La única estrategia posible de rechazo del consenso tendrá que pasar a su vez precisamente por el "egoísmo", por los "aviesos intereses materiales del individuo". En efecto la tesis de Stirner es que el egoísmo es destructivo si únicamente una parte de la sociedad es debilitada en su egoísmo, con toda la ventaja para la parte restante. El egoísmo generalizado, en cambio, igualaría las condiciones humanas, impidiendo la conformación de una jerarquía social13. La generalización del egoísmo llevaría por lo tanto a una sociedad igualitaria. El reconocimiento de la unicidad de los individuos, de sus aspiraciones, de sus intereses y deseos, impediría, la formación de las jerarquías sociales. Si no tienen fantasmas que adorar y/o temer, ídolos a los que sacrificarse, los individuos venderán muy caro sus mercancías, y nadie estará por lo tanto en disposición de explotar el trabajo de los otros. El "proletario"14 Stirner sugiere por esto a la clase social de la que sociológicamente es parte, el valorizar al máximo sus propias capacidades laborales, y no malvenderlas a ningún coste en relación a las clases dominantes, impidiendo así la perpetuación del mecanismo jerárquico.

Nosotros no queremos regalos de vosotros, pero es que además ni siquiera queremos regalaros nada. Durante siglos os hemos dado limosna por generosa estupidez, nosotros los pobres os hemos dado limosna a vosotros los ricos, os hemos dado lo que no os pertenece, ha llegado el momento de que abráis vuestro bolsillo, porque desde ahora en adelante nuestra mercancía empezará a subir vertiginosamente de precio15.

Tal acción presupone el rechazo del consenso no en la política estatal y/o patronal sino en la idea de poder político en cuanto tal, en otras palabras, la fuga de los mecanismos ideológicos sobre los que se fundan los ligámenes "religiosos" de la sociedad jerárquica16. Rechazar el consenso en la sociedad jerárquica significa por lo tanto, para Stirner, romper el mecanismo ideológico de auto- denigración que lleva al individuo a renegar de sí mismo, a creerse un ser abyecto, en el que sus inclinaciones y deseos tienen necesariamente que pasar a segundo plano delante de Dios, la Patria, la Nación y el Bien Público, el Interés General, la Sociedad, la Comunidad, la Iglesia, el Hombre, la Verdad, la Santidad y así hasta el infinito17. Por esto Stirner afirma que nosotros vivimos todavía plenamente inmersos en una cultura mítico/ religiosa, desde su punto de vista es absolutamente indiferente arrodillarse delante de la voluntad de Dios o ante la esencia del Hombre, a la Fe o a la "Libertad". Siempre tendrá que ver con mecanismos ideológicos que debilitarán a algunos individuos a favor de otros, creando siervos y patrones -la sociedad jerárquica. Negar el consenso a tales mecanismos ideológicos es el único camino para Stirner dotado de sentido para la construcción de una sociedad en la que la locura no sea la norma dominante, hasta el punto de hacer aparecer como dignos de alta consideración y propuestos como modelos de comportamiento a los más absurdos y dañinos.

¿Cómo no ensalzar la conciencia de Sócrates, en la que rechaza el consejo de escapar de la cárcel? ¿Pero no entendéis que Sócrates está loco al conceder a los atenienses el derecho de condenarlo? (...) El hecho de no escapar fue justamente su debilidad, su delirio, por el que creía tener incluso algo en común con los atenienses, con la idea de ser un miembro (y solo un miembro) de ese pueblo. (...) Habría tenido que quedarse en sus posiciones y, dado que no había pronunciado contra si mismo una sentencia de muerte, habría hecho bien en despreciar la sentencia de los atenienses y escapar. Pero en cambio, él, se sometió, reconociendo en el pueblo a su juez, imaginando ser una pequeña cosa frente a la majestad del pueblo. El hecho de someterse, como a un "derecho", al poder violento al cual en realidad se sometía, fue una traición a si mismo, fue una virtud.18

Stirner ve en la sociedad sin Estado, en la "Unión de los Egoístas"19, el fin del proceso histórico de desmitificación. Los seres humanos han aprendido con el tiempo que los seres supremos de las religiones no eran más que fantasmas. Ahora se espera que el individuo llegue a comprender que no tiene un fin en la vida, al que ir, diferente de sus deseos y sus aspiraciones. El hombre individual no tiene que hacerse un "verdadero Hombre" más allá de lo que un perro tiene que hacer como un "verdadero Perro". Ésta es la enseñanza más interesante que puede dar la lectura de un libro como "El Único y su propiedad", que el yugo de la autodenigración, del sentirse impotentes y humildes frente a entidades extemas, del renegar de su propia individualidad, del mismo significado de la vida a favor de sentidos extraños a nosotros es un yugo sin sentido. Que detrás de la aparente racionalidad del consenso con la ideología "humanista", y la moderna sociedad capitalista-liberal, puede esconderse una lucida pero no por esto menos destructiva locura.

CONTRA VUESTRA “PAZ”, CONTRA VUESTRA GUERRA

Este recorrido en el interior del concepto de mecanismo ideológico de dominación dentro del pensamiento stimeriano nos ha proporcionado los instrumentos para comprender, en su esencia más profunda, un dato de nuestro presente. Así como, históricamente, las actuales clases dominantes fundan ideológicamente su dominio en la idea del "poder popular", éstas fundan sus estrategias militaristas sobre la idea de la paz. El siglo XX es el que ha visto las guerras más sangrientas de la historia humana, un solo año de la Primera guerra mundial ha producido más muertos que todos los belicosos milenios precedentes. Al mismo tiempo, sin embargo, se ha extendido el uso, casi generalizado, de justificar estas guerras en nombre de la necesidad de garantizar la paz a la humanidad, una retórica ideológica que ha contaminado a las mismas jerarquías militares, felices de "llevar la paz al mundo" con el sonido de las bombas.

Se trata de un evidente mecanismo ideológico de dominio. Los Estados, justifican ideológicamente su propia política militarista no ciertamente en base a sus intereses privados, sino más bien abanderando una necesidad unánimemente reconocida por las clases dominadas: la de vivir en paz, lejos del temor del choque militar y de sus tragedias. El Estado, sin embargo, utiliza todas sus armas de comunicación para acreditarse como el instrumento principal para la satisfacción de esta necesidad. El lobo trata de convencer al pastor de ser el mejor guardián de sus rebaños, y en gran medida lo logra.

El Estado, en realidad, es la guerra. El mantenimiento del dominio jerárquico implica, por necesidad, un estado de guerra continua, la lucha de clases, que -nunca está de más subrayarlo- se caracteriza habitualmente por la lucha de las clases dominantes contra las clases dominadas. Solo raramente las clases dominadas reaccionan seriamente a este estado de cosas, contraatacando y haciendo valer su derecho de legítima defensa. El hecho de que, habitualmente, por "lucha de clases" se entienda en el sentido común solamente casi esta rara reacción, depende del hecho de que las lógicas de dominio habitualmente son tan fuertes como para hacer aparecer su dominio como "natural".

El Estado es el poder político, la posibilidad, fundada en el predominio ideológico y en el monopolio de la fuerza militar, de imponer la voluntad de algunos -la corte y/o una aristocracia y/o los "representantes- a todo el resto de la población. Entre la eterna lucha de clases sobre la que se funda el Estado y el estado de guerra "exterior" existen los mismos objetivos: la imposición del poder político. Albert Einstein decía que las guerras pueden estallar contingentemente por los motivos más variados, pero, en su fin, en su base, existe un único motivo estructural, la existencia de los ejércitos, en otras palabras el monopolio de la violencia, es decir los Estados. Cualquier estrategia pacifista que se quede en el equívoco de poder alcanzar la paz a través del instrumento del poder político, o en todo caso haciéndolo coexistir, no escapa al mecanismo ideológico del dominio. Antes o después, entrega los rebaños a la custodia del lobo.

El Estado se presenta desde siempre como el mediador de los conflictos, el que garantiza la paz. El Estado desde siempre es el que desencadena los peores conflictos.

La elección que se plantea no es el de un arbitrio personal de un lado y orden legal-moral por el otro. La elección efectiva está entre un arbitrio personal desnudo y por lo tanto no peligroso, y un arbitrio personal que, gracias a las armas de la moral y de la ley, puede asumir una legitimación, un poder y una impunidad, y por lo tanto puede exaltar de manera desmedida su componente destructiva, que de otra forma habría permanecido igualmente en dimensiones inocuas20.

La construcción de una sociedad de libres e iguales, aparece entonces como el único camino que se puede recorrer para quien no cree que la que conocemos -con su carga de irracionalidad, injusticia, pobreza, sufrimiento y guerra- sea la única manera posible de ser hombres asociados. Paz y Estado son términos absolutamente inconciliables, la lucha por la paz no puede ser separada de la resolución de la Cuestión Social, de la abolición de todas las jerarquías. Sin los Estados como mucho pueden subsistir los conflictos individuales. Gracias a la acción "pacificadora" de los Estados, hoy hemos llegado a la pesadilla de la catástrofe nuclear y/o bacteriológica.

* El Partido Radical es una organización política de centro, que se ha caracterizado por sus "batallas" en defensa de los derechos civiles. Su dirigente histórico es Marco Pannella.


1 Una interesante formalización del concepto de ideología desde el punto de vista cíe la semiótica está presente en Dmberto Eco. Ideología e commutazione di códice, en II. Eco, Trattato di semiótica genérale, Bompiani, Milán 1975, pp. 359- 571 (Tratado de Semiótica (iencral, Lumen, Barcelona 2000). La formalización presente en este ensayo es en cambio de naturaleza lógico/sistemica, sobre el modelo de los análisis presentes en Gregory Bateson, Verso una ecología della mente, Adelphi, Milán 1976 y en Paúl Watziawick, Janet H. Beavin y, Don 1). Jackson, Piwgnifitica della comunicazione umana, Astrolabio, Roma 1971. Nuestro objetivo, en efecto, es el de comprender los mecanismos pragmáticos de la comunicación ideológica, la capacidad de producir obediencia a las indicaciones conductuales implícitas o explícitas en ella. A diferencia de lo que a menudo se cree, la crítica de la ideología no es para nada un análisis exquisitamente político, sino un análisis conceptual del todo afirmativo y dotado de caracteres de cientificidad. El concepto de "ideología" no es, en efecto, universalmente aplicable a cualquier posición política contraria a nosotros; no es, en otras palabras, más que una forma sofisticada de insulto político. A algunas ideas contenidas en el hitleriano Mein Kampf, por ejemplo, por abominables que sean, le faltan muchos de los aspectos que caracterizan a una ideología. Hitler nunca ha afirmado querer alcanzar objetivos universalmente deseables, sino querer favorecer a una única nación/raza alemana en detrimento de todos los otros hombres, que, en su amplia parte eran esclavizados. Además, desgraciadamente, alcanzó durante algunos años su objetivo, desde el momento que los campos de concentración nazis eran, ante todo, lugares de trabajo esclavista en el que 170 millones de "no arios" trabajaban hasta la muerte para la "raza" alemana.

2 Max Stirner, L'1'nico e la siiu propicia traducción de Leonardo Amoroso, Adelphi, Milán 1979, pág. 52- 53. (El único y su propiedad, Orbi.s, Barcelona 1985).

3 Ibídem, pág. 11.

4 Para comprender este concepto de Stirner, se hace referencia a la retórica de los "derechos humanos", de la "guerra humanitaria", etc, en hace a la justificación ideológica de las recientes guerras imperialistas.

5 M. Stirner, op. cít., pág. 275.

6 Ibídem., pág. 126.

7 Ibídem., pp. 52- 53.

8 Ibídem., pág. 225.

9 "Privado" obviamente no en el sentido de individuo, sino en el de "persona jurídica"; es decir en el sentido por el que se habla, por ejemplo de intereses privados de la FÍAT (que sin embargo no está compuesto únicamente por Giovanni Agnelli).

10 M. Stirner, op. cit., pág. 208.

11 Ibídem., pág. 324.

12 Véase Étienne La Boétie, Discorso sulla Servitü Voluntaria, traducción de Vincenzo Papa, suplemento de Pona di Massa-Laboratorio Autogestionado de Filosofía, 1995, fascículo I, "Consenso" (Discurso de la Servidumbre Voluntaria, Tusquets, Barcelona 1980, seguido de La Boétie y la cuestión de lo político de Fierre Clastres y Claude Lefort).

13 En efecto, Stirner utiliza aquí un instrumento clásico de la reflexión ético-moral, el de preguntarse los efectos de la generalización de un comportamiento del individuo ("que sucedería si todos lo hicieran asi"). Habitualmente, este instrumento sirve para mostrar como lo que -desde el punto de vista del individuo- aparece como un comportamiento aparentemente válido o cuanto menos neutro desde el punto de vista moral (por ejemplo "yo puedo esconder la verdad de las cosas a lo otros, si sé lo que es justo para su saber o no"), en realidad es un comportamiento del todo negativo si es visto desde el punto de vista de su generalización ("así mismo los otros decidirán por mi lo que yo debo saber o no"). En este caso, sin embargo, Stirner utiliza este instrumento clásico de la argumentación filosófica para mostrar como un comportamiento que, objetivamente es negativo si está aislado en el individuo, es portador de notables potencialidades positivas si es generalizado.

14 En muchos lugares de su obra Stirner se define como tal (o también "pobre"), en efecto, él procedía de una familia de modestas condiciones económicas y vivía de un salario de maestro elemental. El Único y su propiedad tiene, en todo caso, como interlocutor privilegiado a las clases trabajadoras, lo que ha llevado a hablar -a nuestro parecer con buenas razones- de un "obrerismo" stimeriano.

15 M. Stirner, op, cit, pág. 284.

16 Hay que tener en consideración que para Stirner la burguesía no es la detentora del poder estatal, sino una clase vasalla en relación al poder del Estado. Este Estado es para Stirner el único propietario real que concede en feudo a algunos de sus siervos más fiables alguna parte de su propiedad, sabiendo que puede quitarla en todo momento a través del derecho de expropiación (para esto él ve en los proyectos de Weitling y Marx de estatalización de los medios de producción una simple variante del capitalismo). La clase "propietaria", a cambio de su feudo, desarrolla funciones de control sobre la clase trabajadora y recoge sobre sí los odios de ésta, que a menudo ven el Estado como un posible defensor contra las tropelías de sus feudatarios. La concesión en feudo de la propiedad de los medios de producción permite así al Estado difundir una especie de versión moderna de la fábula del Rey bueno y Los Ministros Malos.

17 Véase M. Stirner, op. cit. pp. 193- 194.

18 Ibídem., pág. 224.

19 Stirner, habitualmente, es reivindicado por la tradición del individualismo "anarquista". En realidad se trata de una equivocación, derivada de la lectura (sería mejor decir tergiversación) de sus tesis en clave superhombre- nietzscheana. Stirner, por el contrario, estaba bien de lejos girar su "Asociación de los Egoístas" a una praxis de abstracto individualismo, hasta el punto de negar a priori la posible desaparición absoluta de toda forma de obligación y de poder. "Es verdad que una sociedad a la que me adhiera me quita algunas libertades, pero en compensación me concede otras, no hay nada que decir ni siquiera en el hecho de que yo mismo me privo de esta o aquella libertad (...) Para aquel que mira la libertad, no hay diferencia esencial entre el Estado y la Unión [de los egoístas]. Ni siquiera la segunda puede nacer o conservarse sin que la libertad sea limitada (...). La religión y en particular el cristianismo, han atormentado al hombre con la pretensión de realizar lo que está en contra de la naturaleza y el buen sentido, la auténtica consecuencia de esta exaltación religiosa, de esta tensión exagerada está en el hecho de que la misma libertad, la libertad absoluta, es elevada a ideal (...)." (Ibídem., pág. 321-322). En otros términos, los análisis stirnerianos sobre la "Unión de los Egoístas" aparecen mucho más atribuibles a la tradición del anarquismo "clásico".

20 VV. AA., La tirannia delle parole, una lettera de Max Stimer, Ñapóles, Comidad, 1989, Pág. 19.