DE LA PATRIA*

A. Hamon

A Gabriel De La Salle.

Dedico este trabajo científico, en prueba de simpatía.

A. Hamon.

DEL TRADUCTOR

El autor de estas páginas es un espíritu religioso. Su culto es la Humanidad. Cree, espera… y trabaja.

De su significación científica he dicho en otra parte lo siguiente:

“Amigo y discípulo del Dr. Corre -a mi entender uno de los mayores criminalistas de Europa, y el más modesto-, A. Hamon moldea sus obras en el método positivo, único a las investigaciones científicas, y sustente las propias ideas progresivas. Distinguese ante todo por la lógica: es un pensador profundo que analiza los hechos con impasibilidad y deduce de ellos todas sus consecuencias. Sabe ir de deducción en deducción, hasta los más lejanos resultados. Con Bossuet repite que la verdad es un bien común, y quien la posee debe comunicarla a sus hermanos. Por eso ante verdades que intimidan a los observadores apocados, su espíritu no decae ni siente flaquezas antes de lanzarlas a los cuatro vientos Esa es su pasión: LA VERDAD; y como es un lógico de gran fuerza, la verdad campea siempre en sus libros. Posee extensa cultura y entendimiento despejado de prejuicios que impiden pensar claro y escribir con decisión. Trabajador infatigable, ha prestado con sus numerosas obras, ya de higiene, ya de sociología, verdaderos e inapreciables servicios a la Ciencia”.

El presente estudio es un ensayo filosófico, escrito con el desinterés y abnegación privativos de los entendimientos superiores…

Los hombres observadores y reflexivos que no hayan llegado en su pensar continuo a los mismos resultados, tendrán ocasión de rectificar ideas hechas y adquirir visuales nuevas. Los que, cerrando por sus fines los ojos a la verdad, refutan haciendo apologías y emplean frases brillantes por argumentos es inútil que lean estás páginas. Al corazón de los primeros van dirigidas, no al POSIBILITISMO de los segundos.

Octubre, 1895. J. M. R.

DE LA PATRIA

Por todas partes se habla de patria y nadie acierta a explicar claramente lo que esta palabra significa. Reina la más grande confusión: una nueva religión -el patriotismo- ha sido engendrada. Como en todas las religiones, el objeto del culto está vagamente definido; mejor, no lo está poco ni mucho. Se trata de un sentimiento vaporoso, indefinido; ninguno de los creyentes de la nueva religión tiene de su dios una concepción precisa, clara, determinante. Se sabe sólo, en resumidas cuentas, que el patriotismo obliga a cierta solidaridad entre gentes de una misma patria. Esta es la sola certidumbre que existe en la cuestión; e ignórase, en cambio, todo lo referente a la naturaleza de la patria, a su composición, a su esencia, de lo cual sólo se tienen ideas vagas e imprecisas.

Parece ser que con el nombre de patria, se designa una cierta unidad territorial, convencionalmente determinada, variable según mil influencias sociales. Líneas ficticias trazadas sobre mapas, a menudo sin más motivo que la voluntad de individuos más o menos numerosos, cierran un territorio y forman lo que se llama una patria. El patriotismo reclama que todos los habitantes de este territorio sean solidarios. Las líneas trazadas lejos de ser eternas, son esencialmente modificables y con frecuencia modificadas. Una guerra entre príncipes o gobernantes vecinos, los tratados entre reyes, engrandecen o disminuyen las patrias. Tal que ha nacido en una patria, se encuentra en un momento dado -merced a acontecimientos a los que no contribuye- viviendo en otra, sin haber cambiado de residencia. Ejerce, sin embargo, la misma profesión, vive en el mismo sitio, rodeado de las mismas gentes, en el mismo clima, hablando la misma lengua, pero es francés, en lugar de ser belga o inglés, en vez de ser francés. Ha cambiado sólo su patria; así lo han decidido otros y no él, un cierto número de hombres, quizá uno solo, rey, emperador o zar.

Basta considerar la patria llamada francesa, para ver como ha variado desde 1600, por ejemplo. Gentes que no se acostaban siendo italianos o belgas, se levantaban franceses; otros que eran franceses, se convertían en ingleses. Su patria cambiada, porque hombres que ellos no conocían, habían batallado y lo habían acordado así después. Un día eran solidarios de una agrupación y enemigos de otra; al siguiente eran amigos de ésta y enemigos de aquélla.

Confesemos, con Pascal, que nada hay más risible, mejor dicho, más absurdo que esto.

De la variabilidad de la unidad territorial, ha resultado una concepción muy confusa de la patria, porque precisamente sobre esta unidad ha querido basarse el concepto de aquélla.

La idea nebulosa de la patria no ha satisfecho los espíritus lucidos, claros, científicos, que han tratado de precisarla.

El concepto de “patria”, presupone ciertamente una determinada colectividad de seres unidos, solidarios. No puede suceder de otro modo. Pero, esto admitido, ¿en qué límites territoriales están comprendidos estos individuos solidarios? ¿En qué lugar se comienza a ser solidario? ¿En cuál otro se cesa? ¿Cómo trazar las fronteras de la solidaridad entre los habitantes de estos lugares?

Algunos han tratado de responder a estas cuestiones definiendo la patria como el lugar “donde se ha nacido”. La definición es clara y terminante; la idea precisa. Solamente que el territorio donde se ejerce esta solidaridad es tan restringido que, en este caso, por patriotismo, sólo sería solidarios entre sí los que hubiesen nacido en la misma aldea, pueblo o ciudad; y los cuales lo serían de los nacidos en el pueblo vecino en el mismo grado negativo que respecto a los de otros continentes. De aceptar esta terminante definición, resultará que no se es francés, austriaco, alemán o español, sino simplemente marsellés, vienés, berlinés o sevillano; así como también ninguna razón patriótica obligará entonces al catalán a ser solidario del gallego, al andaluz a serlo del valenciano, y el castellano a ser del vascuence. Son diferente patria y por eso no son solidarios.

Como se ve, la concepción de patria como “lugar donde se ha nacido”, está en contradicción con la idea vaga comúnmente expresada con la palabra patria, porque según ésta el gallego es solidario del cubano, tan diferente entre sí, y no lo es del portugués, con el cual tiene tantas afinidades; el catalán lo es del gaditano y no del bayonés.

Muchas personas han tratado de basar la patria en la comunidad de costumbres, de usos, de idioma. Según esta definición nótase que el territorio donde viven los individuos solidarios es de más grande superficie que en el caso anterior. La idea, aun siendo clara, tiene menos precisión que cuando se trata del sitio de nacimiento. En efecto, en un mismo territorio las cumbres varían más o menos, según las clases, las profesiones, las castas. Cuando se dice comunidad de cumbres, de usos, es preciso entender comunidad de algunas costumbres, algunos usos, y no de todo; es necesario comprender que no se trata sino de caracteres comunes que unen a los individuos que habitan un territorio, determinado por esta misma comunidad. Y lo mismo podemos repetir respecto a la lengua, porque en realidad, no existe identidad de lengua entre gentes de clase, casta o profesión diferente que habitan en una misma región. No puede ser cuestión, aquí también, sino de determinados caracteres comunes, determinadas semejanzas de expresión de los pensamientos y sentimientos.

A pesar de esta impresión del concepto “patria”, basado en la comunidad de costumbres, de usos y lengua, podemos, sin embargo, admitirlo; en cuyo supuesto, fácil nos será apreciar que tal concepto está también en contradicción con la idea expresada comúnmente con la palabra patria.

En efecto, la comunidad de costumbres, usos y lengua, es más íntima entre los gallegos y los portugueses de la provincia, entre Miño y Duero que entre aquéllos y los malagueños, los catalanes y los valencianos; y hay más semejanza de carácter, de usos, de costumbres, entre los alsacianos y los badenses, que entre los alsacianos y los gascones, o los bearneses. Relaciones más íntimas de costumbres y de lengua unen los rosellonenses a los catalanes, y los castellanos a los mejicanos, que los rosellonenses a los normandos o bretones, y los castellanos a los catalanes o vascuences2.

Debía, pues, según éstos, haber solidaridad patriótica entre gallegos y portugueses, entre alsacianos y badenses, entre rosellonenses y catalanes y entre castellanos y mejicanos; no entre gallegos y castellanos, gascones y normandos, y vascuences y andaluces.

Resulta de aquí que la patria, en el concepto indeterminado que de ella se tiene, no está determinada ni por el lugar de nacimiento, ni por la comunidad de costumbres, usos y lengua.

¿Estará acaso determinada por la comunidad de intereses que crea la solidaridad entre los individuos? El análisis de los fenómenos sociales demuestra que en un mismo territorio llamado patria, los intereses son rara vez comunes, y frecuentemente antagónicos. La patria basada en la comunidad de intereses, sería de superficie más restringida que los territorios comúnmente calificados de patria. Poco más o menos, el lugar donde los intereses son comunes, es aquel en que las costumbres, los usos y la lengua lo son también.

En una patria como la francesa actual, los intereses son discordantes según las regiones. Este distrito agrícola, es proteccionista; aquel otro comerciante, es librecambista. Tal región productora de remolacha, se opone a la entrada libre de los azúcares de caña, reclamada por otra comarca. Muchos más ejemplos similares podríamos citar; ejemplos que aparecen claramente en las discusiones parlamentarias entre librecambistas y proteccionistas. Se ve fácilmente el antagonismo de intereses entre provincias apartadas, y a menudo, también entre localidades vecinas, dedicadas a diferentes trabajos. Para quien estudie las condiciones económicas de la Francia, es de evidencia notoria que ciertas regiones tienen más comunidad de intereses con regiones de otra patria, que con regiones de Francia misma3.

Si en vez de considerar las diversas partes territoriales de una patria, se considera las diversas clases sociales que viven en esta patria, se ve que sus intereses son mucho más discordantes que concordantes, mientras que estos mismos intereses concuerdan perfectamente con los de individuos de la misma clase social de otras patrias.

No es, en efecto, dudoso, para nadie que el proletario francés, tiene más comunidades de intereses con el proletario alemán, inglés o italiano, que con el propietario francés. Existe una comunidad más íntima entre el banquero de Francia y el de Inglaterra, que entre éstos y el labrador de sus respectivas patrias; así como entre los profesionales militares de patria diferente, que entre estos militares y los obreros de su misma patria.

La patria, pues, tal como comúnmente se le considera, no está determinada por la comunidad de intereses.

No estando basada en el lugar del nacimiento ni en la comunidad de las costumbres, lengua o intereses, ¿acaso se basará la patria solamente en el interés puramente individual?

¿Debemos decir, con Aristófanes o Eurípides, “donde yo vivo bien, es mi patria”? ¿Debemos pensar, con Merlin Coaccaio que “no tenemos otra tierra que la que llevamos pegada a los zapatos”? ¿Debemos opinar con Paul-Louis Courier, cuando escribe: “la patria es donde se está bien; si soy feliz en Roma, es claro que soy romano”?4

Siendo así, esto constituye la negación absoluta de la patria, tal como comúnmente la entendemos. No hay solidaridad, sino cuando el interés personal lo reclama; la colectividad no juega ningún papel. El individuo es solidario de otros, en tanto que en sus intereses está el serlo; y no lo es, si estima que le conviene no serlo. Obra siempre con arreglo a sus intereses personales, sin tener en cuenta los intereses de los otros miembros de la colectividad. Ninguna razón patriótica le obliga a tener esto en consideración, porque, dado este concepto de la patria, el individuo es él mismo su propia patria; obra según sus propias miras y no las de otros. La noción de territorio, de comunidad cualquiera con otros individuos no existe; el interés individual lo avasalla todo.

Su patria es donde se encuentra bien, la lleva detrás de sí en la suela de sus zapatos. Hoy es romano, mañana será inglés, al otro día alemán o francés, según su interés. No hay necesidad que abandone una región determinada para este cambio. Basta que obre según su propio interés, sin cuidarse del interés de los individuos vecinos.

Abundan los hechos que ilustran esta concepción de la patria, porque es la de los propietarios de todos los países.

El comerciante que compra y vende productos extranjeros en competencia con los de su patria, no se ocupa en si perjudica a gentes de su misma patria. Le guía sólo el interés. Su patria es su interés.

El industrial que emplea obreros extranjeros, porque le cuestan menos, obra conforme a su interés y daña a individuos de la misma patria. Su patria es su interés.

El financiero que especula en todas las Bolsas, que agiotiza sobre todos los fondos, perjudica los de su patria. Su patria es su interés.

El agricultor que hace imponer los productos extranjeros, daña a los individuos de su patria, porque les obliga a librarse de sus productos o a reducirlos a las necesidades del uso. Su patria es su interés.

El inventor que vende al extranjero su invento, útil o necesario para la defensa nacional, daña a sus compatriotas. Su patria es su interés.

El propietario, director, administrador, accionista de una sociedad industrial, comercial, financiera, que vende cañones, acorazados, obuses, pólvora, que presta dinero a las patrias extranjeras; no obra como patriota, sino como individuo cuidadoso de su interés personal. Su patria es su interés5.

La mayor parte de los hechos cotidianos lo comprueban: los hombres tienen por patria el lugar donde se encuentran bien; su interés, su patria y su patriotismo consiste en obrar de conformidad con sus intereses.

Esta concepción, opuesta a la solidaridad y a la vaga noción de patria comúnmente admitida, es realmente la de la masa humana, la cual no usa sino por pura fraseología esta vaga noción de patria, comprensiva de la solidaridad entre gentes que viven en una unidad territorial.

Según la imprecisa noción que se puede tener de la patria, es patriota aquel que está convencido de la superioridad de su patria sobre la de otro; aquel que ama a su patria hasta la muerte y que, por lógica consecuencia, odia las otras patrias. Como justamente ha escrito Voltaire, “ser buen patriota, es desear que su patria se enriquezca por el comercio, y sea poderosa por las armas. Es desear el mal a sus vecinos”. Ser patriota es desear su patria grande y fuerte, es decir, más grande y más fuerte que las patrias vecinas. Si hay ruptura de la unidad territorial y formación de una nueva unidad, ser patriota es desear el desquite para recobrar la antigua unidad, tan convencional como la nueva; el desquite para satisfacer ese algo indefinido e indefinible que se llama honor. Así el desquite es la guerra con su luctuoso cortejo, sus ruinas innumerables, sus crímenes horribles.

Como lo ha escrito Francois Coppée, “nuestro deseo de un desquite, es absurdo en el fondo”.

¿No es absurdo, en efecto, ver a los patriotas de todos los países alimentar esta sola idea de desquite? No existe ninguna patria que a través de los siglos no haya sido modificada, no haya sido vencida. Todos los patriotas de todas las patrias deben, pues, o abrigar el deseo de quedar victoriosos, reparando el desastre de pasadas injurias, en cuyo caso se dará el espectáculo de una eterna guerra y de una eterna preparación a la guerra, resultando absurdo y contrario en absoluto a la razón humana.

El inglés odiando al francés, el escocés al inglés, el francés al alemán, el italiano al austriaco, y todos preparándose para el día en que se destruirán, se incendiarán, se robarán… ¡He aquí el bello ideal, el ideal del patriotismo, de aquellos que proclaman la guerra como necesaria, de aquellos que se erigen en sostenes de la paz armada! Verdaderamente, ante tal ideal, ¿no podríamos repetir con el ilustra Johnson, que “el patriotismo es el último refugio de un malvada”?

La paz armada exige innumerables ejércitos permanentes que arruinan las naciones. No estarán de más algunos números. En un folleto muy bien escrito -Pour-quoi nous sommes internationalistes-, el grupo de estudiantes socialistas, revolucionarios internacionalistas, ha demostrado que el sistema militar disminuye la capacidad productiva de una nación en 1 octavo. A parte de esta causa de ruina, existe también la muy importante referente al mantenimiento de los ejércitos permanentes, de los armamentos gigantescos.

En Francia, el presupuesto de la defensa nacional en 1891, comprensivo del ejército, de la armada y del armamento, se elevó, según las cifras oficiales, a 1.138.823.910 francos. En Italia, el gasto anual ordinario pasa de 400 millones. Alemania, de 1872 a 1889, ha gastado en la defensa nacional más de 12 millones. Francia ha sobrepujado esta cifra. Todas las potencias han sido arrastradas por esa pendiente; todas hacen gastos enormes y tienen ejércitos permanentes que, en Europa sólo, se eleva al total de 3.500.000 hombres. Francia tiene 572.000, Alemania 500.000, Rusia 782.000, etc.6

El furor de armamento es tal, que en un espacio de 17 años, de 1875 a 1892, el aumento de presupuesto de la defensa nacional ha sido de 137 por 100 en Alemania; 92 por 100 en Italia; 84 por 100 en Francia; 79 por 100 en Rusia; 37 por 100 en Inglaterra7.

El régimen de paz armada, pues, con sus ejércitos permanentes, sus armamentos enormes, que hacen derivar las fuerzas humanas hacia la producción de instrumentos de muerte, arruina materialmente las patrias. Y no es esto sólo, sino que las debilita física y moralmente, gracias a los ejércitos.

El ejército es un medio de expansión del alcoholismo, de la sífilis, resultando la degeneración para aquellos que de él forman parte. El ejército es una escuela de…8

Los hechos abundan mucho para que nos detengamos a citar uno sólo. Los trabajos de Corre, de Boyer, de Colajanni, los que yo mismo he realizado9; los numerosos estudios e informaciones, han mostrado palpablemente la influencia nociva, tanto física como moral, del sistema de ejércitos permanentes.

Así, pues, si se considera el patriotismo y la patria desde el punto de vista fisiológico, si los examinamos científicamente, con frialdad y sin dejarnos llevar de la pasión, veremos que tales ideas son generadoras de odio entre los hombres y origen de ruinas materiales, físicas y psíquicas.

Colocándonos desde el punto de vista de la humanidad, vemos fácilmente también que tal noción vaga de la patria, engendra fenómenos en oposición con los intereses de la misma humanidad, de la generalidad de los hombres.

Al contrario, si examinamos la cuestión de la patria y del patriotismo, considerando solamente los intereses de ciertas clases o castas, veremos que entonces la idea nebulosa de patria está perfectamente conforme con los intereses de estas clases.

Los hechos demuestran que el hombre tiene necesidad de un ideal. Este ideal puede encontrarlo en una religión de un Dios más o menos vagamente definido; en una religión de una patria más o menos vagamente determinada; en una religión cuyo objeto sea la humanidad.

La idea de Dios está muerta o muere; hasta en los países donde vive aún, numerosos indicios prueban que, gracias a los esfuerzos del libre examen, se disuelve y no puede tardar en desaparecer. Trabajaron en esta obra los pensadores de los siglos XVII y XVIII, siglos vigorosos y fecundos.

La humanidad no constituye el objeto de una religión, sino para una minoría que desea el bienestar y la dicha para todos, el perfeccionamiento cada vez más grande del individuo, la solidaridad cada vez más fuerte entre todos los humanos, sin tener en cuenta las diferencias que entre ellos pueden existir.

En nombre de la idea de Dios, algunas castas mantuvieron durante muchos siglos a otras castas en una esclavitud variable en su forma y en su intensidad. Hoy que este predominio de una clase sobre otra no puede mantenerse por la idea de Dios, la clase burguesa, la clase de los propietarios, ha imaginado para mantener su predominio sobre la clase proletaria, servirse de la idea de patria.

Ha creado con esta palabra un ideal vago, nebuloso, de integridad territorial, de supremacía sobre las otras patrias. La persecución de este ideal de supremacía sobre las otras patrias, de mantenimiento de la unidad territorial convencional, ha provocado necesariamente la idea de desquite, en los casos de derrota. A su vez la idea de desquite ha fatalmente acarreado la existencia de ejércitos permanentes, los cuales, como ya hemos visto, arruinan los pueblos.

Los proletarios no han advertido que este ideal, que se les inculcaba poco a poco en la escuela, por medio de una educación hábil, estaba en oposición con sus intereses.

Como dice Voltaire, “dentro de una patria algo grande, hay, a menudo, varios millones de hombres que no tienen patria”. Los proletarios, aquellos que no tienen tierra, ni bienes, ni nada material que los retenga en un sitio con preferencia a otro, no han comprendido aun que el ideal confuso de patria no tiene para ellos ningún interés. ¿Qué les importa la patria? ¿No pueden, acaso, repetir las siguientes palabras de La Bruyére: “de qué me serviría, como a todo el pueblo…, que mi patria fuese poderosa y formidable, si triste e inquieto viviera en ella en la opresión”? viven en la opresión lo mismo en la patria francesa, que en la inglesa o la alemana. ¿Qué le importa el ser gobernados y explotados por éstos o por aquéllos, si son de todas maneras explotados?

¿Qué más da pagar el tributo a Guillermo II, o a Victoria, o a Humberto, o a la República francesa, si siempre se ha de pagar? Que el propietario de la fábrica sea alemán, inglés, ruso o español, ¿qué le importa al obrero que en ella trabaja? Recibe siempre el mismo salario y sufre el mismo patrono.

En realidad, la patria le es racionalmente indiferente al proletario. Es un sin patria que en todas partes padece, que pena y gime por otros que reposan y se divierten. Puede decir con La Bruyére: “no existe la patria dentro del despotismo; otras cosas la suplen: el interés, la gloria, el servicio del príncipe”. Para el proletario esas cosas no existen, no tiene nada que sustituya a la patria.

Han aceptado los proletarios, sin embargo, esta vaga noción de patria y profesan el culto patriótico servido por los sacerdotes burgueses. No han advertido que en nuestros días el conquistador -entiéndase en Europa y América-, no puede reducir en esclavitud a los vencidos, ni despojarlos de sus propiedades, ni transportarlos lejos del lugar donde nacieron, ni suprimirles las garantías de la ley, ni hacerles cambiar de lengua, usos y costumbres. En poco se diferencia la vida de un canadiense antes y después de la conquista inglesa, o la de un alsaciano antes o después de la anexión alemana. Tanto en uno como en otro caso, conservan sus costumbres, y si son modificadas las leyes, lo son en sentido favorable, compensando de este modo aquéllas que lo han sido en sentido contrario.

La lengua es también respetada; aun hoy día, en el Canadá, convertido en inglés desde hace más de cien años, se mantiene y progresa la lengua francesa. Un pueblo fuerte, vivo, puede ser vencido por otro, pero no absorbido por el vencedor. Frecuentemente, por el contrario, el vencido, más robusto y numeroso, absorbe al vencedor; ejemplo: los manchú absorbidos por los chinos.

La masa proletaria no tiene, pues, ningún interés en ser patriota, en rendir culto a esa entidad indefinida y nebulosa llamada “patria”. La clase proletaria es la que tiene un interés directo y visible en que los proletarios profesen este culto, lo cual no obsta para que ellos, los proletarios, se crean exentos de profesarlo, como se ha visto. Y ciertamente que ha triunfado. Así, vemos, gracias a la patria, florecer los ejércitos permanentes, fácilmente formados por el servilismo del proletario, servilismo que es una supervivencia de milenarias servidumbres. Gracias al alcoholismo y a la sífilis, los hombres degeneran, y se extingue en ellos el espíritu de insurrección, generador de todo progreso. Su energía se atrofia; aprenden a contemporizar, y una vez vueltos a la vida ordinaria, llevan a ella las costumbres serviles del militarismo. Se resignan tanto más fácilmente cuanto comprenden que si se insurreccionaran el mismo ejército de que forman parte ayudaría a someterlos.

El ejército tiene por objeto el orden interior, y por pretexto, la defensa exterior. Todo concuerda, pues, para que la noción de patria con sus fatales consecuencias -ejército permanente y sus resultados necesarios-, sea útil a la clase propietaria al servirle, como le sirve, para el mantenimiento de la explotación de los proletarios.

APÉNDICE

Para que vea el lector de un modo palpable los enormes gastos de una guerra, damos a continuación algunos datos referentes a la de 1792.

Se calcula que costó a los diferentes Estados que en ella intervinieron, 72.225.000.000 de pesetas y más de 2.000.000 de hombres. A esto hay que añadir:

1.º El valor de los buques mercantiles y mercancías perjudicados, que, por lo que toco tan sólo a Inglaterra, se calcula en 1.425.000 libras esterlinas, a más de 644.000 personas más o menos perjudicadas también.

2.º El consiguiente aumento de la tasa de los pobres, que en Inglaterra, en 1792, ascendía a 50.000, y en 1815 a 197.250. En este año existían aproximadamente en Europa, por causa de la guerra, 200.000 viudas y 1.000.000 de huérfanos.

3.º La pérdida de valores de banco o de comercio, imposible de calcular.

4.º La suma de las pensiones civiles, navales y militares, originadas por la guerra. Solamente después de 1815, la guerra ocasionó a Inglaterra gastos de 12.000.000.000.

5.º Las tasas impuestas de 1815 a 1837 para pagar los intereses de las débitos contraídos con motivo de la guerra, incalculables aun en la misma Inglaterra, donde tan escrupulosamente son llevadas las cuantas del Tesoro, pero que puede dar una idea aproximada el que en 1837 el débito ascendía en Inglaterra a 714.400.000.

6.º El aumento de los presupuestos de la guerra.

En los presupuestos generales de Francia para 1842, de pesetas 1.276.338.076, son destinadas a la guerra 325.802.975; aparte las destinadas a la marina, que son 125.607.614. De 1830 a 1847, el ejército costó 6.065 millones y medio de francos. En Inglaterra, en 1845, los ingresos totales se calculan en 58.599.217 de esterlinas y los gastos en 55.103.647, de las cuales corresponden a la marina, ejército y armamento, 13.961.245. En Alemania, en 1814, el ejército costó 23.721.000 talers, sobre 55.867.000 de gastos generales. En España, 256.506.440 de reales y gastos generales 687.909.129. En Bélgica, 29.471.000 de pesetas, y gastos 105.566.962.

Desde 1848 han crecido enormemente estos gastos.

En estado actual de las naciones europeas, es el siguiente:

ESPAÑA

La superficie de nuestro país, mide 495.290 kilómetros cuadrados, poblados por 16 millones 955 mil habitantes. Su ejército compónenlo en pie de paz 135.000 hombres, siendo el efectivo de guerra 805.000. Sus gastos de guerra y marina consumen 178.309.128 pesetas, o sean 10.50 por habitante. El presupuesto general asciende a 810.663.413 pesetas, correspondiendo a cada ciudadano.

GRAN BRETAÑA

La superficie del Reino Unido es de 314.628 kilómetros cuadrados; su población es de 37.888.153 habitantes. Ejército en tiempo de paz: 226.192 hombres, oficiales y soldados. Efectivo de guerra: puede calcularse en 724.000 combatientes.

Gastos: Marina, 14.215.000 libras. Calculándose la libra a pesetas 25.25, resulta que el presupuesto de guerra asciende a 789.640.000 pesetas. Suman los gastos generales 90.264.000 libras, correspondiéndole a cada individuo 2 libras 4 chelines, esto es, 60.60 pesetas.

SUIZA

La nación neutra y pacifica por excelencia, gasta con una población de 2.917.754 habitantes, en un territorio de 41.346 kilómetros cuadrados, y con un ejército de 272.124 combatientes, porque allí no hay efectivo de paz, 27.111.079 francos. La parte contributiva de cada habitante es, por tanto, de 9 francos anuales.

BÉLGICA

La población es de 5.520.000 habitantes, la superficie de 29.457 kilómetros cuadrados; su ejército, no obstante, suma 48.644 hombres en pie de paz, y podrían armarse en guerra, 221.000. Presupuesto general, 339.502.686 francos o sea 55.20 por cabeza. Presupuesto de guerra, 51.225.082, que resulta, 8.40 por habitante.

HOLANDA

Su presupuesto general es de florines 136.592.492 a pesetas 2.10 del florin. Esta cifra se reparte en una población continental de 4.564.565 habitantes; que ocupan 32.538 kilómetros cuadrados. Correpóndenle a cada habitante 30 florines, igual 63 pesetas. El ejército y la armada cuentan 22.007 hombres en pie de paz y 185.628 en tiempo de guerra, gastando 35.706.102 florines, 8, que es lo mismo que 16.80 pesetas por habitante.

ITALIA

30.347.291 habitantes, repartidos en 286.588 kilómetros cuadrados. Presupuesto general: 1.781.000.000 de liras, equivalentes a 58 pesetas por habitante. Ejército en pie de paz, oficiales y soldados: 276.013 hombres; en pie de guerra podrá poner unos 2 millones 844.339. Presupuesto de guerra y marina: 362.000.000 de liras, 12 por habitante.

AUSTRIA-HUNGRIA

Superficie, 625.557 kilómetros cuadrados. Habitantes, 41.345.329. Ejército en pie de paz, 337.419, oficiales y soldados, que en tiempo de guerra llegarían a 1.872.000. En ellos gasta 153.929.386 florines, o lo que es lo mismo, 348.823.420 pesetas, 10.25 por habitante. El presupuesto general asciende a 933.822.350 florines, 56.50 pesetas por habitante.

ALEMANIA

Superficie, 540.419 kilómetros cuadrados, poblados por 49.426.384 habitantes, con un presupuesto general de 3.594.000 marcos, que a 1.25 pesetas equivalen a 4.492.500.000 de estas. Cada habitante paga 21.25. El presupuesto de guerra y marina elévase a 721.125.000 pesetas, correspondiendo 13.75 por cabeza. Con aquellos mantiene en pie de paz 20.440 oficiales, 486.983 soldados y 93.908 caballos. En tiempo de guerra el efectivo sería de 4.500.000 hombres, oficiales y soldados.

FRANCIA

Población continental, 38.343.192 habitantes. Superficie, 528.876 kilómetros cuadrados. Ejército en pie de paz, 508.686 hombres; caballos, 129.576. Efectivo probable en caso de guerra, 3.850.000 oficiales y soldados. Presupuesto de guerra y marina, 896 millones 150.757 francos. Presupuesto de gastos generales, 3.251.524.174 francos. Porción contributiva de cada habitante, 84.70. De los cuales destínanse francos 22.50 a la defensa nacional.

RUSIA

Superficie, kilómetros cuadrados, 4.889.072, conteniendo una población, de 114.378.520 habitantes. Presupuesto de guerra y marina, 226.652.168 rublos (de a cuatro pesetas próximamente), que equivalen de nuestra moneda a 906.608.672. Corresponde a cada habitante 9.20 pesetas. Con ellas hace frente al mantenimiento en pie de paz, de 30.561 oficiales, 787.372 soldados y 433.537 caballos. El efectivo de guerra se supone que sería de 3.420.746 combatientes, con 835.863 caballos; sin contar el ejército territorial y las tropas cosacas, que reunidas todas, arrojarían cinco millones de hombres.

El Traductor.


* Tercera Edición. Traducción J. Martínez Ruiz. Digitalización KCL.

2 Conferencia dada en la C. T. F. de París, y en reunión pública en Nantes.

3 Estas afinidades y diferencias se aprecian fácilmente en los viajes, o cuando se leen las relaciones de viajes o los libros relativos a usos y costumbres de comarcas diferentes.

4 Ver La France sociale et politique, de A. Hamon, años 1890 y 1891.

5 Tirso de Molina había dicho antes lo mismo: “La patria más natural es aquella que recibe con amor al forastero; que si todos cuantos viven son de la vida correos, la posada donde asisten con más agasajo, es patria, más digna de que se estime”. (N. del T.)

6 Ver Ministére et mélinite, y L’Agonde d’une Societé, de A. Hamon.

7 Ver el apéndice.

8 Consultar la L’Agonie d’une Societé, de A. Hamon.

9 Por razones fáciles de comprender, hemos suprimido aquí una apreciación del autor, resultado de sus investigaciones científicas y de las de otros famosos criminalistas. Es una vergüenza que el científico no pueda en España decir lo que se dice en Francia, en Italia, en Alemania. (N. del T.)

10 Véase la notable obra de Hamon, Psychologie du militaire Professional, así como la Criminalogia, de Colajanni y el folleto del doctor Corre Militarismo, editado por la Société Nouvelle, de Bruselas.